Un lugar de leyendas de desconocidos donde sólo se le tiene miedo a los “vivos” La muerte es "Universal"
- José Luis Salazar y Mario de Jesús Vásquez, sepultureros del Universal, contaron como en una de las múltiples exhumaciones que allí se realizan, al sacar el ataúd encontraron que el difunto había perdido su cabeza; ésta nunca se pudo encontrar.
- Aunque El Universal ha cambiado desde que en él se enterraban hasta 40 NN semanales, hoy sigue siendo el cementerio de los pobres.
Hery Stephen Arboleda L.
mundoprensa@yahoo.com
Pedro Nel Gómez soñó un día con un parque para muertos de todos los estratos, donde en medio del dolor ricos y pobres encontraran regocijo en la visita a sus seres queridos, una obra que el mismo se propuso erigir y que con el tiempo se convirtió en el último refugio de los desconocidos: El Universal.
Aunque este campo santo no se parece ya mucho al tétrico escenario decadente de los años 80, todavía conserva ese halo de incertidumbre que produce la soledad de los muertos sin dolientes.
Ema Ayala Tabares, administradora en propiedad del cementerio El Universal desde hace tres años es testigo de los cambios que al ritmo de la ciudad ha dado este campo santo. “Aquí hubo muchos problemas de seguridad, ahora tenemos vigilancia las 24 horas, habían atracos, profanaciones (...) ahora lo que queremos hacer es que este sea un campo de vivos”, dice con optimismo la funcionaria.
Una época enterrada
-A las 4 de la tarde, de un día cualquiera de esos años de los 80 y 90 que es mejor olvidar, un entierro con olor a jolgorio y marihuana entraba en procesión al Universal; tres tonadas, cual banda sonora, retumbaban a todo volumen en una grabadora vieja que apenas funcionaba con pilas-.
“Aquí tocaba escuchar una canción de Metallica, después sonaba...(¿como es que dice?)... eres mi hermano del alma realmente mi amigo, y para rematar con disparos al aire ponían Nadie es eterno”, cuentan entre risas José Luis Salazar y Mario de Jesús Vásquez, sepultureros del Universal.
Y es que a pesar de tener tantos años de funcionamiento este cementerio en especial se caracterizó por inhumaciones de pandilleros, “traquetos” de baja monta y cientos de NN, que la guerra del narcotráfico en Medellín dejó como testigos bajo tierra de una violencia, que ahora se recuerda en textos históricos o en libros que no alcanzan a recuperar toda la verdad.
“Yo me acuerdo de bandas como la de “Los Lecheros”, “los Carruseles”, cuando venían a enterrar uno de sus “parceros” venían todos armados, si veían la policía tiraban todos los “fierros” por ahí en las mangas. Otras veces montaban su propia seguridad por si venían los enemigos y ahí sí se ponía caliente (...) cuando uno iba a enterrar ya al difunto lo amenazaban; que por qué vas a enterrar mi “parcerito” en ese pantanero, que no lo voy a dejar ahí (...) pero al fin de cuentas nunca me pasó nada”, dice José Luis.
Más allá - Calaca inevitable
Desde niños nuestra cultura nos ha hecho pensar que la muerte es algo extrínseco, representado en una calaca que viene desde el país de los muertos y nos asesina, un esqueleto de mantos negros que empuña aleve una guadaña y nos manda a descansar en paz. No obstante sabemos que esta visión es una alegoría que representa, sin duda, lo poco que sabemos a ciencia cierta de este estado letárgico e inerte. Sin embargo limitarnos a promulgar las creencias del más allá, nos deja siempre dudas que hasta ahora son insalvables, la muerte tiene otras facetas, otros matices que nos acercan al más acá de una manera tangible, tanto como podemos ver en el refugio de los muertos, en la calma exasperante de los cementerios, que se ve solo entorpecida por los vivos que siguen creyendo que los del otro lado todavía los necesitan, o que pueden visitarlos, o que pueden categorizar su descanso con estrafalarios mausoleos, como en el cementerio San Pedro, o pisotear su identidad con un NN en El Universal.
Algunas tumbas se ven enrejadas, la verdad no se sabe si por la inseguridad o porque es posible que un alma furtiva trate de escapar del tedio de un campo silencioso y vacío.
Ahora en El Universal hay incluso un pequeño parque infantil, las tumbas parecen más organizadas y según los celadores, ya los indigentes y consumidores de alucinógenos han optado por no irrumpir en el campo santo.
Los irreconocidos
-La identidad es una pertenencia que no debería ser coartada ni en el más extremo de los casos, la identidad se cultiva durante la vida y en la muerte permanece en la memoria, claro, si hay una huella-.
Según los testimonios de los sepultureros, hace unos años hubo un día en que enterraron 40 personas en un solo día, hoy según las cifras del cementerio la falta de trabajo para los enterradores es común, muestra tangible de la reducción de la violencia desaforada en la ciudad.
Sin embargo aún siguen llegando semanalmente entre cuatro y cinco NN al campo, NN que ya no se inhuman en fosas comunes que se improvisaron en los 80; Ahora cada uno tiene una fosa y permanecen a la espera de ser recordados por quienes un día les vieron o les hablaron, por quienes les parieron, o por cualquiera que cambie el número de una cruz de cemento por un nombre.
¿Miedo a qué?
-Lúgubres, entre cruces apiladas encima de la tierra o en bóvedas prestadas a quienes como buenos inquilinos no molestan a sus vecinos, los habitantes del Universal ni se sienten, no protestan, no sufren, no lloran; ni siquiera asustan-.
Paz, exasperante silencio que estremece, a veces muchos quisieran que por lo menos algo pasara, que un día la adrenalina de los vivos fuera exaltada por la actividad de uno que no lo está, pero no, los muertos, muertos están.
“Yo sólo llevo tres días trabajando aquí y todavía no me ha tocado el turno de la noche, sin embargo a mí que miedo me va a dar”, cuenta Pedro Londoño, recién llegado vigilante.
“En año y medio que llevo aquí lo único raro que me ha pasado es que logramos capturar unos tipos que atracaron un bus de Robledo, y se metieron aquí sin saber que nosotros estábamos pendientes”, dice por su parte Edward Saltarín, celador del Universal.
Debe ser que ya no pasa nada en los campos santos, ya ni profanaciones de satánicos, ni historias de fantasmas abruman estos lugares que así parecen más olvidados todavía; al fin y al cabo como aseguró don Pedro,”a los únicos que hay que tenerles miedo es a los vivos...y a las mujeres vivas”.